Hoy vengo a explicarte algo a ti, que pusiste el cuadradito negro en tus redes sociales para el #BlackOutTuesday, después del asesinato de George Floyd. Hoy vengo a hablarte de algo que se llama antirracismo performativo
Para no enredarme en definiciones demasiado elaboradas y dejarlo cortito y al pie, te diré que el antirracismo performativo es, como si dijésemos, un antirracismo de mentirijilla. Bueno, de mentirijilla tampoco, pero sí un antirracismo superficial y de implicación mínima.
Lo que implica este tipo de antirracismo, que es más moral y para sentirse bien, es la declaración pública de un compromiso con el antirracismo que en realidad no es tal. Porque está bien que uses el hashtag #BlackLivesMatter, pero está mejor que entiendas qué implica y que, habiéndolo entendido, pases del antirracismo performativo al antirracismo político y actúes.
Hace medio año, en mi artículo titulado «¿Las vidas negras importan?», ya mostré mi escepticismo hacia esa oleada creciente de manifestaciones de apoyo al movimiento Black Lives Matter. Mostrar solidaridad hacia algo que ha sucedido a miles de quilómetros es fácil: solo requiere de un pequeño gesto. Lleva muy poco tiempo teclear “#BlackLivesMatter” o subir un fondo negro a Instagram. ¿Quién puede negarse a un gesto tan rápido y que requiere una implicación tan nimia?
Ya he comentado en otras ocasiones que en el hecho de declararse antirracista hay algo ligado a la moralidad y al tenerse por buena persona. La correlación habitual suele ser algo así: «ser racista, es de mala persona. Yo soy buena persona, ergo no soy racista». Por eso, como la mayoría de gente [blanca] se tiene por buena persona (y por lo tanto, no racista), se suman a estas expresiones de rechazo al racismo tan virales. La cuestión es que, en realidad, el antirracismo performativo no contribuye en nada a la creación de sociedades más justas.
Este verano hubo personas que, movidas por el afán de colaborar y mostrar su apoyo al movimiento antirracista, compraron camisetas con el lema Black Lives Matter a la organización afroamericana. Incluso hubo personas que hicieron donaciones al movimiento. Sí, a Estados Unidos. Enviaron dinero para colaborar económicamente con un movimiento que nos queda muy lejos, no solo en cuanto a distancia, sino en cuanto a reivindicaciones.
Yo entiendo perfectamente que la gente está ocupada: entre trabajar, estudiar, atender a la familia y entender los cambios en las retricciones por el coronavirus, no nos queda espacio para mucho más. Así que entiendo que la gente hace lo que pueda. Yo misma hago lo que puedo. Pero tenemos que saber qué significado tiene lo que hacemos, y también lo que no hacemos. Y cuando donamos, no se trata de donar y quedarse con la conciencia tranquila (de nuevo entra en juego el antirracismo moral) porque ya hemos hecho algo.
Esto enlaza con lo que digo de las donaciones y con el significado que tiene donar a una organización que lucha por los intereses de la población afronorteamericana. Que está bien, ojo, que no digo que no esté bien. Lo que digo es que al final el imperialismo norteamericano se filtra en todo, y el antirracismo no está exento. Y ese imperalismo hace que cuando hablemos de activismo antirracista, siempre estemos mirando hacia los Estados Unidos de América y no veamos lo que está sucediendo a nuestro alrededor.
Yo siempre abogo por el antirracismo de kilómetro cero y de proximidad. Y eso pasa por entender la importancia de informarse acerca de lo que pasa en nuestra ciudad y en el estado español en lo que se refiere a antirracismo. Es la única forma que tenemos de entender que las manifestaciones del racismo institucional en España son diferentes de las formas en que el racismo se manifiesta en los Estados Unidos.
Como he dicho antes, las formas en las que el racismo institucional se manifiesta en España van por otros derroteros. Puede que no haya agentes de policía asfixiando a personas negras. O que pase y no lo sepamos, porque todavía hay mucho que averiguar de lo que pasa dentro de los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE).
La cuestión es que también hay que hablar de cómo las personas negras vemos nuestras vidas en peligro a causa del racismo institucional en el estado español. Porque hay que entender que, si nos comprometemos a defender que las vidas negras importan, no podemos hacerlo mirando únicamente en Estados Unidos, ignorando lo que pasa en nuestro entorno más cercano.
La noche del 10 de diciembre, un incendio en una nave del barrio del Gorg, en Badalona, dejaba en la calle a las más de dos cientas personas que habitaban en ella y acababa con la vida de cuatro personas, que se sepa hasta el momento.
La mayoría de personas que vivían en esa nave eran personas africanas en situación administrativa irregular que se dedicaban mayoritariamente a la venta ambulante y a la recogida de chatarra.
El hecho de que todas estas personas viviesen en las condiciones en las que lo hacían no es una elección personal. Es una de las consecuencias del racismo institucional del estado español, articulado a través de la ley de extranjería. Esta ley, racista en su concepción, configura un sistema en el que las personas migrantes, y sobre todo las originarias de países del sur global, tengan serias dificultades para acceder a las herramientas necesarias para llevar una vida digna, ya que la regularización de su situación está plagada de trabas administrativas. En esas condiciones, aspirar a un trabajo digno con ingresos suficientes para alquilar una vivienda se complica. Y se complica más todavía cuando muchas veces las inmobiliarias o las personas arrendatarias se niegan a alquilar a personas que no sean españolas y blancas.
Fue vergonzoso escuchar en la mayoría de medios de comunicación escuchar cómo se criminalizaba a las personas que habitaban en la nave. Sobre todo fue insultante que se hiciera cuando todas esas personas acababan de vivir una tragedia enorme que las abocaba a una situación de mayor vulnerabilidad. La ironía es que todo esto fuese el 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos, y que todas estas personas cuya vulneración de derechos humanos está amparada por el estado español, fuesen sometidas al juicio de la opinión pública en unos momentos tan sensibles. Es una irresponsabilidad que se aprovechase un momento tan trágico para avivar el rechazo hacia las víctimas.
Lo peor de todo es que, para buscar información respecto a la actuación cuestionable de las administraciones y los servicios de emergencia, hay que ocurrir a fuentes alternativas, como las redes sociales de la CNAA CAT, la Comunidad Negra Africana y Afrodescendiente de Catalunya. En la publicación de su cuenta de Instagram del 17 de diciembre, en la que convocaban una concentración de denuncia por el incendio del Gorg, daban estos datos:
Además de eso, la negligencia es increíble. Quieren derribar la nave cuando sigue habiendo personas desaparecidas, lo que indica que no se han recuperado todos los cuerpos. La respuesta del consistorio de la ciudad está siendo mirar hacia otro lado, como si así el problema desapareciera.
Te cuento todo esto a ti, que te consideras con conciencia social y te llamas antirracista. A ti, que pusiste el cuadradito negro este verano en reconocimiento de que las vidas negras importan. Las vidas que se perdieron en el incendio del Gorg también eran vidas negras. También lo son la de las personas que siguen desaparecidas. Y las de las personas que se han quedado sin un techo bajo el que vivir.
Ahora tienes la oportunidad de colaborar, porque se necesitan fondos económicos para diferentes cuestiones:
En este escenario de total abandono, tú puedes contribuir de varias formas:
Esto lleva más tiempo que poner un cuadradito negro en tu cuenta de Instagram. Practica un antirracismo menos performativo y colabora para que más gente se sume para cambiar las cosas. Tu implicación como persona aliada y cómplice del antirracismo es esencial para acabar con el racismo sistémico.
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