El pasado lunes 5 de abril, mientras escuchaba el boletín de noticias en la radio escuchaba, durante la sección de deportes, la noticia de un nuevo caso de racismo en el futbol. Durante la sección de deportes, el locutor lo cuenta. Juan Cala, jugador del Cádiz C.F. había insultado presuntamente a Mouctar Diakhaby, jugador del Valencia C.F.
Como ha pasado otras veces, quien se llevó la amonestación fue Mouctar Diakhaby. En este vídeo —a pesar de que no se oiga— se ve a Diakhaby discutiendo con el árbitro, que no parece tener muchas ganas de prestar mucha atención, lo que ha pasado con Juan Cala.
Después del incidente, Diakhaby decide abandonar el terreno de juego y, en un acto sin precedentes —creo— sus compañeros deciden abandonar el campo con él en señal de protesta.
Es curioso que Tebas diga, en nombre de la liga, que se condenan todas las formas de racismo. Sin embargo la única vez que se para un partido de futbol por insultos a un jugador, resulta que ese jugador es Zolulia, un tipo que había manifestado abiertamente su simpatía por grupos de ideología nazi. Así que en el partido entre su equipo, el Albacete balompié, y el Rayo Vallecano, el equipo de Zolulia decidió abandonar el campo por los gritos de «Zolulia eres un nazi». El equipo manchego decidió no salir al campo y el árbitro y la Real Federación de Futbol decidieron que sí, que el partido se suspendía.
En cambio, cuando a Wilfred Agbonavbare (jugador del Rayo Vallecano, conocido como Willy) le gritaban desde las gradas «¡Klu Klux Klan!». El partido tampoco se interrumpió cuando a Samuel Eto’o le insultaron en La Romareda. Que a Daniel Alves le tiraran un plátano desde las gradas tampoco hizo que se cancelara el encuentro. Esto ha pasado demasiadas veces ya. A demasiados jugadores africanos y afrodescendientes se les insulta en los partidos de fútbol —desde fuera y desde dentro del campo—. Estamos en 2021 y todavía no se toman medidas contundentes contra el racismo. Y, en todo caso, quien acaba abandonando el terreno de juego es el agredido y no el agresor.
Y aquí llega el señor Javier Clemente, un histórico en el mundo del fútbol, restándole importancia al insulto racista contra Diakhaby tal que así:
«Igual Cala le ha dicho una frase racista, pero no lo es. El que te llama eso te lo llama para molestarte, no porque lo piense. A nosotros nos llamaban asesinos, etarras, vascos de mierda… Todo con el ánimo de molestarte para que pierdas el partido. Yo no me hubiera ido del campo. Es una forma tajante de cortar las cosas, pero hay tantas cosas que cortar que me parece un poco chorrada».
La cosa no se termina ahí, sino que va mucho más allá y nos metemos, otra vez, en la cuestión del racismo inverso para justificar lo injustificable:
«Claro que para Diakhaby es una cosa fea. Yo he entrenado en África cinco años y alguna vez hemos dicho algo a un negro y ellos te dicen a ti blanco de mierda. ¿Y son racistas? Pues no, es una chorrada».
Una chorrada. Y con esto desacredita una opresión histórica. Y de nuevo el racismo inverso para justificar: «Nosotros insultamos, pero es que ellos también nos insultan». Y seguimos sin entender que no se puede comparar lo que es incomparable, porque partimos de posiciones desiguales en las que una de las partes tiene un poder legitimado histórica, social y estructuralmente; y la otra parte no tiene nada, en términos de poder y consecuencias.
En la rueda de prensa que Cala dio para dar su versión sobre lo sucedido, el jugador dijo:
«Si él me considera racista, le diría que lidero una plataforma saharaui. Ayer recibí su llamada y eso sí es un apoyo».
¿Qué tiene que ver aquí la plataforma saharaui y por qué debería eso ser suficiente para dejar de considerarle racista? Suena igual de absurdo que cuando un hombre pretende librarse de los señalamientos de sus conductas machistas diciendo «yo no soy machista porque estoy casado con una mujer».
Hay que dejar de justificarse utilizando a otros colectivos minorizados. Eso no funciona así. Ya lo dije cuando escribí el artículo «Tener una amiga negra no te libra de ser racista». No se puede instrumentalizar a una persona o colectivo discriminado para zafarse de determinadas acusaciones. Eso es ruin. Y pasa a menudo:
Con esta cuestión de limpiar su nombre, Juan Cala se atreve a referirse a la avalancha de comentarios reprobatorios que ha recibido en términos de linchamiento. Linchamiento ni más ni menos. Con lo que significa para las personas negras un linchamiento. Con las vidas negras que se han perdido en linchamientos reales, brutales, hablar de linchamiento específicamente para denunciar el acoso que está recibiendo por haber pertrechado un insulto racista —presuntamente— es algo hiriente, irrespetuoso que despoja de su verdadero significado a la palabra linchamiento.
Y este hombre se atreve amenazar con acciones legales a todas las personas que le han afeado su comportamiento presuntamente racista. Porque esa es la desgracia de esta sociedad en la que vivimos: que se pretende sancionar más rotundamente a quien señala el racismo que a quien lo ejerce.
Hasta que no lleguemos a esa comprensión de que el racismo es estructural y que se nos educa en él, igual que se nos educa en el machismo, no haremos avances reales, y el racismo seguirá saltando a los terrenos de juego sin mayores consecuencias que unas cuantas noticias en la prensa.
Después de que el Comité de Competición de la Federación Española de Fútbol se vieran indicios razonables de insultos racistas de Juan Calan hacia Diakhabi, finalmente La Liga concluía, el viernes pasado, que no había pruebas de insultos racistas. De nuevo.
Una vez más LaLiga, emitía un comunicado tibio en el que manifestaba su «condena contra el racismo de todas sus formas». Por mucha condena que haya, si no se toman medidas reales y se establecen protocolos de actuación, no avanzaremos. Si se sigue sancionando al jugador que denuncia, y se amenaza con sanciones a su equipo cuando decide respaldar a su compañero, no estamos trabajando en favor de condenar el racismo, sino en castigar a quien lo denuncia. Y así no es.
«Después del análisis de los elementos, se concluye que no se ha encontrado en ninguno de los soportes disponibles en la Liga prueba alguna que el jugador Juan Cala insultara en los términos denunciados a Diakhaby».
Esto es parte del comunicado que emitía LaLiga sobre el caso Cala. Al final nunca se encuentran pruebas. Y es desalentador porque al final que nunca se sancionen los comentarios racistas. Resulta curioso que haya tanta dificultad para determinar quién insulta. Y esto, como consecuencia, conlleva el cuestionamiento y el descrédito hacia cualquier jugador negro que se anima a señalar insultos racistas.
Lo dije hace mucho tiempo: hablar de racismo es difícil. En muchas ocasiones a las personas negras nos cuesta señalar las agresiones racistas. Sobre todo porque sabemos que o no se nos creerá o no se conseguirá probar lo que ocurrió, y porque sabemos la hostilidad que generará nuestra denuncia. Y mientras las instituciones no nos respalden mínimamente esta sensación —de desánimo de las personas negras, y de incredulidad del resto— no desaparecerá.
Existe, en el campo de la psicología, una conducta denominada indefensión aprendida. Se produce cuando una persona se ve en una situación que siente que es imposible de modificar a pesar de que pretenda hacer algo por modificarla. Es decir, cuando una persona vive de forma repetida una situación y, reiteradamente, percibe que no puede cambiarla por más que lo intente, aparece la indefensión aprendida.
La persona piensa «¿para qué voy a seguir intentando cambiar esto si no lo voy a conseguir?». Y este pensamiento tiene, evidentemente, consecuencias negativas para la autoestima, formenta la desmotivación y, por lo tanto, tiene una repercusión en la salud mental de la persona. El hecho de que en el fútbol no se sancione el racismo a pesar de que los jugadores negros lo denuncien, me hace evocar la indefensión aprendida. Y me lleva a pensar en que llegará el día —ojalá me equivoque— en el que alguien decidirá dejar de levantar la voz y denunciar porque nunca hay pruebas que respalden las denuncias.
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