Los primeros días del año (o los últimos del anterior) son ideales hacer nuevos propósitos para el año nuevo, que pinta que va a ser igual de entretenido que el anterior, y nos lo está dejando claro desde el principio. Yo no hago propósitos de año nuevo, pero si tuviera que hacer un propósito en este año que empieza, solo uno y muy grande, sería este: ¡seamos malas feministas! Sí, lo exclamo desde el entusiasmo.
“No todas tenemos que creer en el mismo feminismo. El feminismo puede ser plural siempre y cuando respetemos los diferentes feminismos que llevamos con nosotras”. Roxane Gay.
Roxane Gay, escritora y autora de “Mala feminista”, termina el libro con esta reflexión: “(…) siempre y cuando nos importe lo suficiente como para tratar de minimizar las fracturas entre nosotras“.
Estoy muy de acuerdo con el planteamiento de bell hooks de que el feminismo es para todo el mundo. En mi opinión, ese “todo el mundo” está conformado por personas con características y prerrogativas diferentes, que sufren opresiones y discriminaciones diferentes. Por eso el feminismo tiene que ser plural. Para poder aglutinar todas esas prerrogativas.
Los feminismos tienen que ser diversos necesariamente. De otra forma es imposible que recojan la pluralidad existente. De otra forma es difícil que muchas mujeres y feminidades nos sintamos respetadas, cómodas e incluidas —ya no digamos seguras— dentro del movimiento. Sin la comprensión de que el feminismo debe ser plural, la cosa se complica.
Con esta reflexión quiero invitar a reconsiderar la necesidad de que seamos malas feministas. Necesitamos defender la pluralidad del feminismo. La pluralidad es necesaria para entender y considerar las reclamaciones de las mujeres racializadas, trans, con diversidades físicas e intelectuales, trabajadoras sexuales, migrantes y más. Porque, como he dicho antes, todas somos mujeres, y atravesamos situaciones que nos obligan a enfrentarnos desigualdades diferentes por ser mujeres, sí, y también por otras condiciones.
Muchas de nosotras hemos abrazado el feminismo e intentamos que encaje en todas nuestras acciones, y eso está genial. Sin embargo no deberíamos vivir el feminismo como un dogma, porque no lo es. Hay cuestiones relacionadas con el feminismo que no son principios innegables. O que pueden serlo para unas personas y no para otras. Por ejemplo, el racismo es una de las opresiones que, junto a la misoginia, confluye en mí, y por eso siempre digo que el feminismo hegemónico es racista porque es hijo de su tiempo. Pero las mujeres cuyas vidas no se ve afectada por el racismo no lo ven así y cuando lo digo se llevan las manos a la cabeza. Entonces empiezan los ataques y las acusaciones, hacia mi persona y hacia cualquier mujer negra que afirme lo mismo.
El movimiento sufragista surgió en un momento en el que los países europeos se encontraban en su proceso de expansión imperialista, sometiendo a las poblaciones de otros territorios bajo la colonización y la esclavización de sus habitantes. El imperialismo se justificaba bajo la premisa de que los habitantes de otros pueblos eran inferiores y bárbaros. Eso justificó que, a la hora de intentar conseguir el voto, las sufragistas (en su mayoría mujeres blancas de clase acomodada) se aliasen con los hombres blancos, antes que con las mujeres negras. Y eso es algo que no me estoy inventando yo. Lo han dicho antes que yo mujeres negras que tienen mucho más crédito que yo, como Angela Davis.
Es necesario que, sobre todo, desde el feminismo hegemónico se entienda lo que dice Roxane Gay: que no todas tenemos que creer en el mismo feminismo. No hay nada de malo en creer en diferentes feminismos. Y eso, en contra lo que se cree extensamente, no fractura el movimiento, no es negativo, ni le hace el juego al patriarcado. Eso es parte de la práctica de la sororidad.
No tenemos que creer todas en el mismo feminismo ni tenemos que estar de acuerdo en todo. Lo que deberíamos procurar es sumar fuerzas cuando vemos los derechos de cualquier mujer vulnerados. Es ahí, en esa unión, en la que se manifiesta la fuerza del movimiento feminista. Ahí se hace cierto el «si tocan a una nos tocan a todas». Sin embargo todavía nos queda mucho camino que recorrer, mucho por revisarnos y mucho por aprender para ser capaces de unirnos en único frente todas las veces que sea necesario. Aún queda mucho para que cuando una mujer negra, trans, gitana o hijabi sufra una agresión, aparezca una muchedumbre de mujeres de toda clase diciendo «Hermana, yo sí te creo. Esta es tu manada».
Estaría bien que, cuando una mujer le señala a otra mujer un comportamiento discriminatorio —sea racista, clasista, tránsfobo, islamófobo, antigitano, capacitista, etc.—, se entendiera ese señalamiento como una llamada a la revisión y al crecimiento y se dejara de atacar y de acusar a quien señala de hacer flaco favor al feminismo con sus reclamaciones, solo porque sean diferentes de las que marca La Agenda del Feminismo. Siguen siendo reivindicaciones de mujeres y, por eso, deben considerarse.
Creo que la humildad debería ser la base de nuestra (de)construcción feminista. A mí me encantaría que lleguemos a un punto en que las confrontaciones dentro de los movimientos feministas puedan ser objeto de discusiones sanas, y que ninguna feminista se crea con más autoridad moral que otra. Tenemos que alejarnos de esa legitimidad para dar o quitar el carnet feminista a cualquier mujer of feminidad que nos señale una conducta discriminatoria o tenga una postura diferente de la nuestra. El límite para mí está en que esa postura vulnere los derechos humanos o civiles más fundamentales de algún colectivo. Por ahí yo, personalmente, no paso.
Tenemos que ser conscientes de que no nos encontramos en posesión de la verdad, y que las sociedades evolucionan y nosotras evolucionamos con ella. Y en ese evolucionar nos toca admitir de que la sociedad tiene muchos sesgos e implica muchas opresiones que, con el tiempo, se van detectando y se denuncian para que se tome conciencia de ellas y contribuyamos a su erradicación.
Podemos empezar acercándonos a esas mujeres a las que siempre hemos considerado Las Otras. Tomémonos el tiempo de aproximarnos a su realidad y aprender su historia. Porque conocer a las otras personas nos permite desterrar las ideas preconcebidas que teníamos sobre ellas. Y cuando conocemos, podemos eliminar el miedo y el prejuicio de la ecuación.
Vivimos en una época en la que internet nos facilita una cantidad enorme de bibliografía y recursos audiovisuales sobre infinidad de temas, así que no tenemos excusas. No. Ya no vale esperar a que alguien venga a servirnos la pedagogía en bandeja. Usemos nuestra proactividad. Y que la búsqueda de información nos sirva para ser malas feministas y unirnos al resto de mujeres cuando sea necesario.
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