Hoy necesito hablar de algo que ocurre a menudo cuando una mujer afrodescendiente (migrante o no) se encuentra en minoría en un espacio e intenta explicar a una audiencia mayoritariamente blanca las violencias que atraviesan su existencia en el día a día.
El escenario es el siguiente: una mujer afrodescendiente habla de las discriminaciones que le afectan —discriminaciones marcadas por el racismo— y, de repente, una persona blanca enarbola el #MeToo. «Yo también», dice la persona blanca. Y, de repente, el foco se desplaza. La persona blanca explica su experiencia con detalle y la atención pasa a estar en otro punto. Ahora el centro es la persona blanca.
Esto, que pasa mucho más de lo deseable, es bastante peligroso. Bajo una pretendida comprensión, se desplaza el protagonismo y se produce un silenciamiento sutil de las experiencias de los cuerpos racializados. Es más: en muchos casos, la mujer afrodescendiente que comparte su historia se ve interrumpida por el #MeToo, de forma que ni siquiera puede llegar a articular completamente su relato.
Es una estrategia que, de una forma muy sutil, acalla la realidad de los cuerpos racializados. Se minimizan las violencias que sufrimos dentro de un sistema estructuralmente racista y se desvalorizan nuestras reivindicaciones. Y eso —lo voy a decir porque parece que es necesario— está mal. La mujer afrodescendiente se ve de repente invisibilizada, incomprendida y lo único que le pasa por la cabeza es pensar: «No, a ti no te ha pasado». Y aunque lo piense, no lo dice. Decirlo puede suponer una exposición a una violencia mucho más explícita, y no siempre tenemos el cuerpo preparado para eso.
Y ahí está esa persona blanca colocándose en el centro cuando una mujer racializada está hablando de racismo. «Yo también», aduce. Porque a ella también le tocaron el pelo una vez mientras viajaba por África, ese gran país (sarcasmo). A ella también le ha pasado, claro: se ha sentido mirada y señalada durante ese viaje, y en algunos casos se ha sentido despreciada. Lo que no tiene en cuenta esa persona es que, tras el viaje, volverá a su zona de confort, a su país, donde el orden se restablecerá y volverá a ser parte de la mayoría. Esa persona blanca tampoco está teniendo en cuenta que, en muchos casos, viajar es un privilegio occidental. Lo hace quien tiene un pasaporte europeo o norteamericano que le abre las puertas de cualesquiera países que pretenda visitar. En cambio, una persona racializada no necesita viajar a ningún lugar. Solo necesita salir de su casa para vivir sometida esa extranjerización permanente, para que su cuerpo sea invadido constantemente por ojos inquisidores o manos osadas que se atreven a tocar.
Cuando la mujer afrodescendiente habla del maltrato institucionalizado que sufre, por ejemplo, a raíz de la maternidad, la mujer blanca entona de nuevo el «Yo también». Y sí, está claro que todas las madres estamos sometidas a juicio, pero no se trata solo de eso. A las madres racializadas se nos cuestionan nuestras prácticas de crianza, se condenan y se censuran. A las madres blancas que incorporan esas mismas prácticas se las califica de hippies y ahí se acaba la cosa. Lo dicen como si fuera lo mismo. Y no lo es.
Aún hay más. ¿Hablamos de detenciones policiales por perfil étnico? Aquí no se entona el #MeToo. Dudo que haya personas blancas a quienes la policía detenido aleatoriamente en el espacio público para pedirles la documentación. Ahí se intenta justificar. Tiene que haber un motivo. Se nos intenta convencer de que debe haberlo. Pero no. No lo hay. Y como no lo hay, se siguen buscando justificaciones que encajen en la mente de quien jamás va a tener esa vivencia, y que sirvan como respuesta coherente a lo que intentan disfrazar: un acto de racismo institucionalizado.
Nos suelen recordar que hay que llevar el DNI siempre. Que, en la teoría, la policía puede parar a cualquier persona y pedirle la documentación. Pero en la práctica, la policía abusa de su poder exponiendo a su violencia solo a determinados cuerpos: los cuerpos afro o de otros orígenes. Nunca a los cuerpos blancos. Así que no, a ti no te ha pasado.
Un caso ya flagrante es el de las muertes en el Mediterráneo de personas africanas que pretenden llegar a una Europa que les recibirá con concertinas en las que se dejarán la piel y, en los peores casos, la vida. Silencio. Un silencio orquestado por el aparato institucional racista y cantado por un coro silencioso conformado por el resto de la sociedad. Los gobiernos miran hacia otro lado. Los cuerpos policiales disparan pelotas de goma a gente nadando en el mar, asesinando. La justicia exime responsabilidades. Los medios de comunicación lo explican de forma rápida y sesgada, y rápidamente lo pasan por alto. Y luego, el olvido. ¿A ti también te ha pasado? No, a ti no.
La sociedad no tiene ningún reparo en condenar abierto, ruidosa y violentamente a los vendedores ambulantes. La sociedad, los gremios de comerciantes, la policía. Hay personas blancas que, además se atreven a comparar los procesos migratorios que se dieron dentro del territorio nacional en la década de 1960 con la situación de los vendedores ambulantes. Como si fuera lo mismo desplazarse de la periferia del territorio al centro. Con la tranquilidad de que no haya barrera idiomática, sin problemas legales de documentación e identificación. Sin miedo a la brutalidad policial, sin la amenaza del CIE o la deportación planeando sobre tu cabeza. Dejemos de comparar lo incomparable. No es lo mismo y no lo va a ser. Y no es justo invisibilizar de esa forma tan simplista la cantidad de violencia que enfrenta el colectivo de vendedores ambulantes.
Estamos hablando de racismo. Sería interesante ser capaces de dejar de culpar del racismo a las personas cuyas vidas se ven condicionadas por toda esta violencia estructural. Más interesante aún sería empezar a asumir responsabilidades. El racismo sigue vigente como sistema porque se perpetúa. Lo perpetúa el estado, sí; pero también lo perpetúas tú a diario con muchos actos de los que no eres consciente (o de los que no quieres serlo).
En tanto en cuanto no se deje espacio para la escucha, no habrá avance. No se pueden seguir silenciando las reivindicaciones de las comunidades racializadas. Hasta que no se lleven a cabo reparaciones, no habrá cambio. Y un acto de reparación sencillo puede ser callarse y escuchar sin copar el espacio para decir que a ti también te ha pasado lo que jamás te pasará, en cuanto a racismo, si eres una persona blanca.
Así que no. Por lo tanto deja de una vez de justificar lo injustificable o de negar nuestras experiencias.
Antes de despedirme, te dejo con un texto de Agnes Esonti, que también habla de eso. Me gustaría que lo leyeras y reflexionases.
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