¿Se imaginan imaginrse ser de un lugar que ni siquiera han pisado?
¿Se imaginan imaginarse jugando estre árboles cuyo nombre desconocen o no pronuncian bien?
Estas dos preguntas encabezan el texto El derecho a volver y a quedarse, de Lucía Asué Mbomío Rubio. La periodista creó este texto para la presentación de su segundo libro, Hija del camino. César Brandon Ndjocu lo leyó y embelesó al público que asistió al acto en el Matadero de Madrid.
Hija del camino es el segundo libro de la periodista y autora Lucía Asué Mbomío Rubio, que se estrenó en 2017 con Las que se atrevieron. Ahora, en 2019, Mbomío nos deleita con su primera novela.
Hasta el día de hoy no he encontrado a nadie que haya leído la novela y no le haya gustado. Yo misma devoré el libro porque la historia de Sandra Nnom, la protagonista, engancha. El hecho de que la trama enganche se debe, primero, a la forma deliciosa, tierna y, por momentos, divertida en la que la autora narra la vida de Sandra y, por extensión, de su familia; pero el hecho de que la trama enganche se debe sobre todo a que, cuando te encuentras en un libro, no puedes dejar de leer. Y eso es lo que me ha permitido Hija del camino: encontrarme, reconocerme e identificarme con la protagonista.
Voy a intentar hablar sobre lo que la lectura de Hija del camino ha supuesto para mí sin destripar el contenido del libro para que, cuando termines de leer este artículo, sientas la curiosidad de hacerte con él y leer la historia de Sandra.
Habrá quien piense que eso de identificarse con el o la protagonista de un libro no es nada del otro mundo. El tema es que esa identificación se complica más cuando eres una persona afrodescendiente nacida y/o criada en España, donde la mayoría de la producción literaria está creada por y para personas blancas. Aún así, si te apasiona la lectura, eres capaz de leer, identificarte y conectar con un sinfín de historias.
El día que empiezas a leer historias protagonizadas por personas negras (en mi caso, por mujeres negras), algo cambia, algo mejora. La conexión con las historias es todavía mayor. Me pasó por primera vez hacia los diecisiete años leyendo Esperando un respiro, de Terry McMillan. Después de ese primer libro, sentí que tenía que seguir leyendo más historias de mujeres negras y compré otras novelas de la misma autora.
Esa conexión intensa volvió a surgir de forma especial cuando leí Americanah, la aclamada novela de Chimamanda Ngozi Adichie (Literatura Random House, 2014). Y se dio de nuevo cuando Lejos de Ghana (Salamandra, 2013), de Taiye Selasi, cayó en mis manos. Todas estas novelas me gustaron y me atraparon porque las protagonistas eran personas negras -africanas, afroamericanas- y me sentía más próximas a sus historias. En el caso de Hija del camino, la conexión fue todavía más profunda.
La intensidad de la conexión con la novela de Mbomío se explica por el contexto. A diferencia de las historias que había leído hasta la fecha, la protagonista es una afrodescendente de madre castellana y padre guineoecuatoriano. Sandra es una mujer nacida y criada en Alcorcón a principios de los años 1980.
Las protagonistas negras con las que había conectado hasta la fecha provenían de otros contextos. Explicaban historias sobre África o Estados Unidos de América; pero jamás había podido leer en un libro la historia de una persona negra en el contexto español. Esto es importante porque la identificación cultural y memorística resulta entonces prácticamente idéntica. De esta forma se me hacía inevitable sentirme cercana a las vivencias de Sandra Nnom.
En Hija del camino se tratan temas importantes más allá de la denuncia del racismo que hemos vivido la generación de afrodescendientes que vivimos nuestra adolescencia en la España de principios de los años noventa. Hay un tema, capital para mí, que es el de la identidad de quienes somos (y estamos) de Aquí, pero tenemos un Allí que hace referencia a nuestros orígenes.
Cobra mucha importancia, en todo el relato, la construcción identitaria de las personas que nos encontramos en un limbo. Qué implica nacer y ser en sociedades occidentales cuando nuestra ascendencia proviene de países de los que sabemos lo mucho o lo poco que nos han transmitido en el seno familiar y en los que a veces ni siquiera hemos estado.
También es de relevancia hablar, y la novela lo hace, de la orfandad cultural a la que nos aboca haber nacido lejos de los países que abandonaron nuestra madre o nuestro padre, cuando no los dos. Una orfandad que, en muchos casos, obedece a la colonización. Un desarraigo forzado que hizo que nuestros padres o madres (o ambxs) abrazaran la cultura del país occidental en el que se instalaron y por el que, conscientemente o no, decidieran romper con la transmisión de unas tradiciones que Occidente decidió que no valían lo suficiente.
Esa interrupción de la transmisión del legado nos deja, como digo, huérfanas a muchas personas nacidas en la diáspora. Nos desconectamos de nuestras lenguas, nuestras tradiciones, nuestras hitorias familiares. Eso dificulta la construcción de nuestra identidad. Y esa construcción se vuelve más difícil cuando en nuestros entornos crecemos enfrentando preguntas para las que no tenemos respuestas. ¿Cómo es Tú País? ¿Qué se come en Allí? ¿Cuánto hace que viniste?, como si fuera inconcebible que siempre hayamos estado Aquí.
Crecer con esos interrogantes es complicado. Implica formarse una identidad en un lugar en el que se te niega la pertenencia porque se asume que eres de una tierra que en muchos casos desconoces o solo intuyes a través de fotos en blanco y negro y de relatos traspasados en el seno de la familia y que rinden tributo a esa oralidad africana de transmisión de historias.
Para mí la historia de Hija del camino también es una historia de sanación que me ha permitido entender que la búsqueda de mi identidad como afrodescendiente es precisamente eso, un camino como lo es la vida. Así que, en tanto en que respire y viva, voy a seguir construyéndome y definiéndome entre el lugar en el que estoy y el lugar del que soy, si es que tal lugar existe.
Porque otra cosa que también he aprendido leyendo la historia de Sandra es que la identidad es una construcción contextual y personal, y que cada cual la construye como quiere. O en muchos casos como puede. Y que eso, por más contradicciones que suponga, también está bien y hay que abrazarlo.
Al final siento que, con este libro, Lucía Asué Mbomío ha otorgado reconocimiento a nuestras historias, las historias de las personas nacidas en la diáspora. La historia de las personas que vivimos entre dos tierras o más, sintiendo que somos parte de todas ellas o de ninguna.
Hija del camino deja claro que ver nuestra historia en la literatura es de suma importancia, sobre todo cuando se nos ha inculcado que nuestras historias no cuentan. Por eso, tal y como dice su autora, es de vital imporancia tener claro que “si no nos contamos, nos traicionamos“.
Siento que leernos y reconocernos permite sanar heridas ancestrales que en ocasiones ni sabemos que están ahí hasta que alguien las nombra. Y nombrar esas heridas para entender que forman parte de nuestra historia es de vital importancia para seguir transitando ese camino de vida y de identidad que nos toca recorrer a quienes somos y nos sentimos de Aquí, de Allí, de todas partes y de ninguna.
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