El pasado 8 de marzo fue día internacional de la mujer. El próximo 21 del mismo mes será día mundial contra el racismo. Entre ambas fechas se están sucediendo una serie de polémicas que afectan a mujeres negras que me llevan a escribir esta columna. Hablo de Meghan Markle, por la entrevista concedida a Oprah Winfrey. También hablo de Amanda Gorman, por las decisiones que han afectado a personas que iban a traducir su obra.
Yo las creo. Creo a Meghan Markle al señalar abiertamente un secreto a voces: que la Casa de Windsor tal vez sea algo racista. Tal vez ese racismo tenga algo que ver con su pasado colonial e imperialista. Reni Eddo-Lodge y su libro «Por qué no hablo con blancos sobre racismo» ofrecen una radiografía muy interesante sobre la situación del racismo en el Reino Unido, y te recomiendo que lo leas.
Y también creo a Amanda Gorman, la poeta que leyó el poema «The Hill we climb» durante el acto de investidura de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos de América. La polémica ha sacudido a la escritora después de que la traductora de su obra al holandés renunciara a traducir la obra, por ser una persona blanca. Y de que la traducción al catalán por Víctor Obiols no haya sido aceptada por la agencia que representa a Gorman por lo mismo.
Las dos mujeres están enfrentando críticas durísimas. Y no es tanto por ser mujeres, sino por ser mujeres negras señalando y desafiando el statu quo. Eso siempre es incómodo y provoca reacciones tan violentas e irreflexivas como las que estamos viendo estos días.
Cuando digo que creo a Markle y a Gorman me refiero a mi convicción de que sus acciones son necesarias. Para cualquier persona que no se haya parado a pensar en esto, en lo que estas mujeres han hecho verán críticas infundadas o imaginaciones, en el caso de Markle; y a caprichitos de una niñata, en el caso de la joven Gorman. Y nada más lejos de la realidad. De lo que estamos hablando es de acciones políticas de una fuerza tal, que generan un rechazo que se manifiesta muy ferozmente. Muestra de ello es el impacto que están teniendo tanto la una como la otra, y las duras críticas que están recibiendo.
Estas son, lamentablemente, las consecuencias de cuestionar el statu quo. Denunciar el racismo siendo mujeres negras es arriesgado. Conlleva asumir que las conversaciones que se genere alrededor de estos hechos serán hostiles y poco comprensivas, tanto si estamos presentes como si no. Y si no lo estamos, la violencia de los comentarios escalará exponencialmente. Así lo dice Reni Eddo-Lodge en su capítulo «¿Qué es el privilegio blanco?» del libro que ya he citado:
Enfrentarse a ese privilegio [blanco] puede tener consecuencias realies a nivel social. Es una hidra de muchas cabezas, de modo que hay que escoger con cuidado a las personas blancas con las que hablar de raza y racismo. No disfrutarás del privilegio de unirte a una discusión sobre racismo sabiendo que los demás participantes parten del mismo lugar que tú. Sacar el tema en una conversación es como accionar un interruptor: tanto si estás hablando con alguien que acabas de conocer como. con una persona con la que seimpre te has sentido segura y a gusto, nunca vas a poder saber si ese debate va a convertirse en una situación en la que vas a temer por tu integridad física o tu posición social.
Cuando se trata de personajes públicos, no hay posibilidad de escoger con quién se habla. La polémica y la crítica descarnada están servidas, tanto si queremos como si no. Y esto es lo que ha sucedido en el caso de Markle y Gorman. Y como a día de hoy no he podido ver más que retazos de la entrevista de la duquesa de Sussex, me voy a centrar más en el caso de Amanda Gorman, del que he podido leer diferentes artículos tanto a escala nacional como internacional.
El debate sobre la decisión de la agencia de Amanda Gorman, de priorizar a activistas afrodescendientes para traducir su obra, está sesgado de entrada. Porque tanto lo que he podido leer en la prensa española y catalana está escrito desde la posición de personas blancas.
En las tertulias radiofónicas que he escuchado —y hasta en una en la que intenté participar con el resultado que comenta Eddo-Lodge— quienes lideraban la conversación son personas igualmente blancas, como la mayoría de veces que se habla sobre racismo en los medios de comunicación. No se cuenta con la opinión de personas afrodescendientes y, cuando se cuenta con ella, se les da poco espacio y se las desacredita, por más que intenten ofrecer un análisis alternativo de la cuestión.
La perspectiva general es blanca y ya solo por eso tiene dificultades en ser crítica en lo que se refiere a cuestiones sobre discriminación racial. Y antes de que venga alguien a marcarse un #NoTodosLosBlancos, ya lo digo yo: hay personas blancas —conozco a algunas— que sí están en posición de hacer una lectura crítica, y se debe al hecho de que se permiten escuchar los discursos y las reivindicaciones antirracistas que señalan la estructuralidad del racismo en las sociedades actuales.
A pesar de que haya posiciones críticas en los medios de comunicación, los siguen haciendo personas blancas. Por lo tanto, se sigue perpetuando la reproducción de la desigualdad que impide que los discursos antirracistas enunciados por personas afrodescendientes tengan espacio en medios de comunicación generalistas.
La perspectiva general es blanca, como ya he dicho. Eso es lo que hace que el acto político de Gorman se tilde de acción racista a la inversa, de corrección política, de capricho y, finalmente, de agravio y discriminación para las personas blancas, cuando en realidad no lo es.
Y al final esto es lo que pasa. Que el mundo le está dando bombo a esta historia porque un hombre cis blanco se ha sentido discriminado. Y como el hombre cis blanco no está acostumbrado a que le discriminen por cuestiones de raza, sino a discriminar, lo vive como La Gran Injusticia. Y hay que llorar.
Estos hombres hombres no llegan a plantearse que esta es la experiencia más común para una gran cantidad de personas en el mundo: sentirse excluidas. De espacios, de oportunidades laborales. Y cuando lo viven, hay que hacer drama porque ellos se lo merecen menos que nadie.
Y el mundo, que está construido por hombres cis blancos y para el beneficio de las personas blancas, no da crédito y se indigna. Porque qué injusticia.
Víctor Obiols es escritor y músico, además de traductor. Lleva publicando poesía desde 1974 y música desde 1986, o eso es lo que dice la Wikipedia. Y ha sido reconocido con los premios Carles Riba (2015), Màrius Torres (1996) y Miquel de Palol (1982). Con esto quiero decir que creo que a nadie se le escapa que su carrera profesional no depende de la imposiblidad de traducir a Gorman. Este hombre puede seguir publicando poemas y trabajos musicales, y puede traducir otras obras. En otras palabras, no le faltará trabajo.
Aquí se pone el peso en que se falta al respecto a los traductores y traductoras. Pero, ¿qué hay del respecto a la voluntad de la autora de la obra original? Gorman y sus agentes expresaron su voluntad de que la obra fuese traducida por una mujer con un perfil activista. Y por eso es importante también circunscribir la directriz de Gorman y su agencia de que la persona que tradujese su obra fuese preferiblemente afrodescendiente. Es una acción política. Gorman trata de abrir un espacio a las personas afrodescendientes dentro del mundo editorial catalán, un sector muy blanco y falto de diversidad étnica y racial.
A las personas afrodescendientes nos faltan oportunidades, y por eso aplaudo la directriz de Gorman. Creo en la discriminación positiva, no como una finalidad, pero sí como un medio para que los colectivos desfavorecidos puedan conseguir oportunidades en sectores a los cuales, de otra forma, tienen difícil acceso. Y si la discriminación positiva y las cuotas en cuanto a género se aplican, también deben aplicarse para otros colectivos, como la raza y la etnicidad.
Creo que por esto es importante comprender que, cuando hablamos de racismo, también estamos hablando de esta falta de oportunidades de las personas afrodescendientes. Y estas son algunas de las cuestiones que se denuncian desde los movimientos antirracistas cuando se habla de racismo estructural: el hecho de que no haya personas afrodescendientes en el mundo editorial debería entenderse como sintomático de algo, si nos parásemos a pensar.
Por eso creo que el caso de Victor Obiols, que no de Amanda Gorman —ni Gormangate ni todas esas cosas que se han dicho— debería tomarse como una oportunidad de ejercer autocrítica en vez de como una afrenta. Esta es una oportunidad para que las editoriales se den cuenta de que su sector, igual que el resto de la sociedad, reproduce las desigualdades raciales.
Insisto: sería genial que la mayoría blanca dejase de ver los intentos de los grupos minorizados de ajustar un sistema inherentemente injusto como amenazas, porque no lo son. Son intentos de ajustar un poquito la balanza, y se ven alejándose un poco de la fragilidad blanca y el victimismo blanco y poniendo en el centro a las personas que no tienen esas oportunidades.
Sin embargo esa percepción de peligro y de desestabilización que sienten las personas blancas ante este tipo de acciones políticas demuestran que, por más que España (y Catalunya) se reconozcan como no racistas, todavía no estamos en el punto en el que la sociedad esté preparada para mantener estas conversaciones sobre las implicaciones del racismo desde la incomodidad de saber que esta opresión abarca mucho más de lo que creen.
Por lo tanto, más que cerrarse en banda, sería genial que esta noticia estuviera generando espacios de participación con debates constructivos y enriquecedores. Que hubiera presencia de personas afrodescendientes expertas que pudieran aportar su punto de vista sin ser atacadas. Sería interesante poder escuchar todas esas intervenciones y que estas personas expertas sintieran que se las escucha, no que se pisotean y se desmerecen sus aportes. Pero no estamos en el punto de poder aceptar estas perspectivas todavía, desafortunadamente.
El mes pasado en mi club de lectura leímos «El odio que das», de Angie Thomas.
Sáltate todo este apartado si no has leído el libro y te interesa, porque voy a destripar un poquitín el libro.
La historia habla de una adolescente afroamericana que presencia el asesinato de su mejor amigo de la infancia a manos de un polícia. En el libro Thomas hace, a través de la vida y las relaciones de la protagonista y su familia, del privilegio blanco, de racismo y de cómo esta opresión marca la vida de la población afroamericana. Es un librazo al que le vi una pega enorme: la traducción.
El libro está traducido por una mujer blanca, Sonia Verjovsky con una experiencia de más de un cuarto de siglo en traducción y con un montón de títulos y maestrías, y cuya trayectoria seguro que es loable. Digo esto y lo quiero dejar muy claro porque no vengo a en duda la profesionalidad de esta persona. Sin embargo, la traducción me dejó muy molesta en muchas ocasiones y voy a intentar explicar por qué.
La protagonista del odio que das es negra, y yo también lo soy. Por lo tanto, y pese a la diferencia de edad y de contexto, hay muchas cuestiones con las que yo sabía que me iba a identificar mucho porque mis referentes en medios de comunicación durante mi adolescencia fueron personas afroamericanas. Sin embargo había muchas ocasiones en las que la traducción me impedía esa identificación. Me encontraba muchas veces leyendo diálogos entre personajes y no hacía más que pensar «yo soy afrodescendiente y no utilizo esas expresiones» porque hay muchas expresiones que están extendidas y aceptadas dentro de la comunidad afrodescendiente en España… y no las encontraba en el texto.
Hay algunos momentos se habla sobre el pelo afro. Se han usado expresiones en español que no he escuchado utilizar a personas negras que hablen español. Y eso es un fallo de la traducción. Y son cuestiones tan sutiles que las personas blancas no identificarían —y eso me dijeron las integrantes del club de lectura, todas blancas, cuando hablé de esto en la sesión—, pero una persona afrodescendiente no puede pasarlas por alto.
Esta es una cuestión de la que habla Reni Eddo-Lodge en su libro «Por qué no hablo con blancos sobre racismo». La traigo aquí ahora porque también nos sirve. Las personas negras no tenemos suficientes oportunidades de vernos representadas de una forma fidedigna en la ficción cuando esa ficción es interpretada por personas blancas. Eddo-Lodge dice, en el capítulo «Miedo a un planeta negro» (título que yo habría dejado en inglés por la alusión a Public Enemy y a la cultura del rap, pero bueno):
«Lo que es un insulto para el lector o el espectador negro, que, si quiere disfrutar de su género preferido, no tiene más opción que empatizar con un personaje que no se le parece en nada». Eddo-Lodge aquí hacía referencia a la poca presencia de personajes negros en la ficción, y yo me atrevo a extrapolarlo a las traducciones de obras de autores afro.
En España es complicado hacer un análisis de las tasas de desempleo o de la cualificación de los empleos a los que optan, por norma general, las personas negras. Esto sucede porque, a diferencia del Reino Unido o Estados Unidos, no se permite hacer censos atendiendo a la raza o a otros factores. Esto es una desventaja porque impide el análisis de cuestiones importantes para las comunidades minorizadas.
Aquí es necesario hablar de razas y favorecer a las comunidades minorizadas a través de acciones de discriminación positivas. Y eso es lo que pretende Gorman pidiendo que sean activistas afrodescendientes las personas que traduzcan su obra.
Insisto: las cuotas son un medio en sí mismo. Permitirían una mayor representación de personas negras en sectores profesionales en los que no abundan. Una vez que esa presencia y esa representación están garantizadas, ya no son necesarias. A mí me parece necesario que las personas que critican negativamente estas políticas dejen de mirarlas desde su punto de vista en cuestión de desventaja, porque esa desventaja no es real. Su punto de vista cambiaría si fuesen capaz de comprender que para las personas afrodescendientes son necesarias.
Otro hecho que me parece particularmente curioso es la afirmación rotunda de que nadie es racista. De repente sucede algo como lo que estoy comentando hoy y todo cambia. Se pierden el foco y el respeto. Se abre la puerta a comentarios de una violencia y de un racismo que muchas personas ni siquiera detectan.
Apuntar esa falta de respecto en ocasiones se vuelve complicado. Más aún sobre todo si quienes hacen esos comentarios son líderes de opinión. Porque entonces tienen la legitimidad que les otorgan, por una parte, el hecho de ser personas blancas y por otra los medios de comunicación. Invitar a la reflexión y a la autocrítica a personas en esas posiciones es bastante complicado —a la par que descorazonador y doloroso. Tienen el privilegio de reducir a pataleta personal las reivindicaciones contra una opresión estructural e histórica. Y esto es lo que pasa cuando se señala el privilegio blanco.
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