No hay forma fácil de publicar estas reflexiones. Y aún así, siento que debo hacerlo.
Escribo este texto después de la última polémica en la que se ha criticado a dos feministas blancas que presentan un podcast y al que invitaron a otras dos mujeres blancas que hicieron comentarios cargados de transfobia. El tema es que esas dos invitadas también han hecho comentarios racistas. Sin embargo poca gente ha reparado en ello, aparte de las feministas racializadas, que sí han señalado los comentarios racistas e islamófobos. ¿Y cuál ha sido la respuesta del Gran Público ante ese señalamiento? El de siempre: que ahora no toca centrarse en el racismo.
Lo problemático aquí es lo de siempre: parece que, para una gran mayoría de personas blancas, nunca es un buen momento para hablar sobre racismo. Así que cuando las feministas negras hacemos esos señalamientos, el patrón suele ser bastante similar.
Es sorprendente cómo las personas blancas sin educación antirracista encuentran las maneras más variadas de justificar que esos comentarios no son racistas. Bueno, no; en realidad no es sorprendente en absoluto. Hay muchas personas blancas que, por serlo, no tienen experiencia directa con el racismo y que, además, tampoco tienen la educación antirracista necesaria para identificar el racismo. Aún así, consideran que están legitimadas para determinar qué es racismo y qué no lo es. Y claro, nunca nada lo es, porque hablamos de sutilezas difíciles de identificar si no hay una formación que lo permita.
Lo que también suele ocurrir en ocasiones es que las personas que siguen a las feministas de turno señaladas por el racismo excusan los comentarios porque «todo el mundo tiene derecho a equivocarse». Y eso curioso, porque las mujeres blancas sí tienen derecho a equivocarse. A las mujeres negras, en cambio, se nos exigen unos estándares de perfección y rectitud inalcanzables. Así que, si somos nosotras las que nos equivocamos, la comprensión y la compasión desaparecen por arte de magia y nadie defiende que nosotras también tenemos ese mismo derecho.
Más cosas que veo que pasan: se suele traer a colación la cultura de la cancelación como pretexto y justificación para silenciarnos. Señalarle a una mujer blanca sus comentarios racistas no es cancelarla. Es exigirle responsabilidad. Es informarle de que, con esas afirmaciones, está perpetuando la violencia racista que sufrimos. Eso no es cancelar. Tal vez lo que se pretende es censurar a las mujeres negras para que callemos y dejemos pasar la violencia que sufrimos. La intención es que miremos hacia otro lado y no denunciemos las injusticias que las mujeres blancas cometen, en favor de una supuesta unión entre mujeres.
Se utiliza la pasivoagresividad para culpabilizarnos por llamar la atención ante el racismo. Y, además, se nos obliga a cuidar y sostener las emociones de esas mujeres blancas, porque se han sentido heridas con nuestro señalamiento, sin ninguna conciencia de lo violento que eso es para nosotras.
Como decía al inicio, la mayoría blanca pretende acallarnos diciéndonos que «ahora» no es el momento de hablar de racismo. Nunca lo es ni lo ha sido. Así se intenta dictar la agenda de los feminismos negros, a pesar de que nunca está presente para el feminismo blanco hegemónico.
Me atrevo a hacer compartir este texto envalentonada por una de nuestras ancestras, Audre Lorde. En su ensayo «La transformación del silencio en lenguaje y acción», Lorde hace una reflexión muy interesante en torno al arrepentimiento que le causaban las veces que se mantuvo en silencio. He decidido hilvanar fragmentos de ese ensayo con mi escrito de hoy, y lo hago por varios motivos.
Por una parte porque lo que expongo aquí no es nuevo. Otras mujeres negras lo expusieron mucho antes que yo. Audre Lorde fue una de ellas. Por otra parte, lo hago para que las mujeres blancas cuyas referentes feministas son única y exclusivamente blancas no piensen que esto del feminismo blanco y el feminismo negro es algo que me acabo de inventar. Yo recojo el testigo de las que me precedieron. Es lo único que hago. El discurso no es nuevo; tal vez el problema, si te suena a nuevo, es que no estabas escuchando.
«Mis silencios no me habían protegido. Vuestros silencios no os protegerán». Estas dos frases bailan en mi cabeza y en mi corazón desde la primera vez que leí la compilación «La hermana, la extranjera» en la que se incluye el ensayo del que hablo. Y esta cuestión de los silencios es sobre la que he estado reflexionando últimamente a raíz de la cuestión expuesta al principio.
«¿Qué palabras son ésas que todavía no poseéis? ¿Qué necesitáis decir? ¿A qué tiranías os sometéis día tras día, tratando de hacerlas vuestras, hasta que por su culpa enfermáis y morís, todavía en silencio? Puede que para algunas de las aquí presentes, yo sea el rostro de uno de vuestros miedos. Porque soy mujer, porque soy Negra, porque soy lesbiana, porque soy yo misma… una mujer negra, poeta y guerrera dedicada a su trabajo, que ha venid a preguntaros, ¿os dedicáis vosotras al vuestro?».
Traigo este párrafo para que, durante esta reflexión que comparto, se convierta en mi sostén y también en mi revulsivo. Lo traigo para que me permita hablar a pesar del miedo. Para que sea el ancla que me permita (d)enunciar las tiranías a las que me someto a diario, como mujer negra autorreconocida como feminista, por parte de la sociedad blanca supremacista en la que habito, y en particular por parte de mujeres blancas autorreconocidas como feministas, a las que hoy interpelo especialmente.
Hermanas, mi silencio no me protege. Al contrario, permite que mi dolor se cronifique y perdure. Porque con cada uno de mis silencios ante vuestra insensibilidad, me doléis. Y hacéis que otras mujeres negras también sufran. Si nos quedamos calladas, como pretendéis que hagamos, creeréis que todo está bien. Que no tenéis nada que revisaros. Y eso, además de pretencioso, es falso. La deconstrucción es permanente y nunca termina. Lo sabéis y lo tenéis presente cuando habláis sobre feminismo; lo obviáis deliberadamente cuando se trata de racismo. Por eso tengo que hablar y tengo que señalaros vuestros aprendizajes racistas arraigados, para que los identifiquéis y dejéis de perpetuarlos contra nosotras, las mujeres negras.
«En este país, donde las diferencias raciales crean una distorsión permanente, aunque no reconocida, de la visión, las mujeres Negras siempre han sido muy visibles pero, a la vez, se las volvía invisibles mediante la despersonalización del racismo. Hemos tenido que luchar, y seguimos luchando, incluso dentro del movimiento de mujeres, para alcanzar esa visibilidad que, por otro lado, es nuestra mayor vulnerabilidad: nuestra Negritud».
En España, el país en el que vivo, esta afirmación de Audre Lorde también es acertada. Las mujeres negras seguimos luchando. Luchamos para sobreponernos a esa invisibilidad consciente que la sociedad nos impone al decidir no reconocer el racismo que nos habita y las consecuencias y el impacto que tiene en nuestras vidas.
Nadie se reconoce racista (igual que ningún hombre se reconce agresor). Una gran mayoría de mujeres blancas se niegan a admitir que su educación eurocéntrica es racista. Se creen exentas de la necesidad de revisarse el racismo. En las redes sociales se protegen bloqueando a cualquier afrofeminista que les señale el racismo de sus afirmaciones. Así nos silencian y nos invisibilizan.
Mis silencios no me protegen. Muchas mujeres negras somos conscientes de ello. Por eso y a pesar de eso seguimos poniendo palabras a las violencias a las que constantemente nos vemos sometidas por personas ⎯por mujeres⎯ blancas que eligen cada día obviar las oportunidades de crecimiento que contienen todos y cada uno de esos señalamientos que hacemos.
Ante estos señalamientos de racismo, las referentes de este feminismo blanco y hegemónico optan por callar. Ellas también miran hacia otro lado. Deciden no hacer comentarios a la espera de que pase la tormenta, a la espera de salir del ojo del huracán. Silencio y espera como respuesta. Hermanas, vuestros silencios no os protegerán. El hecho de callar y mirar hacia otro lado no os redime ni os libra del ejercicio necesario de revisión y autocrítica que esperamos de vosotras.
No vale que os amparéis en el silencio. No valen vuestras disculpas vacías y culpabilizadoras ⎯si ofendimos a alguien, no fue nuestra intención⎯. Los comunicados insustanciosos tampoco sirven. Podéis hacerlo mejor. Sabéis que podéis hacerlo mejor y sin embargo, escogéis conscientemente no hacerlo. Bloqueáis impidiendo el diálogo, y miráis hacia otro lado hasta que pasa el temporal, como si así desapareciese el problema. Esa no es la solución.
«Podemos permanecer eternamente mudas en un rincón mientras nuestras hermanas y nosotras mismas nos consumimos, mientras se deforma y destruye a nuestros hijos, mientras se envenena nuestra tierra; podemos quedarnos en nuestro protegido rincón, mudas como muebles, y no por ello sentiremos menos miedo».
Tenemos que transformar nuestros silencios en lenguaje y acción, como dice Lorde. Las mujeres negras ya lo estamos haciendo. No veo, sin embargo, esa transformación por parte de muchas personas blancas, cuando se trata de racismo.
Paradójicamente, se lanzan mensajes pretendidamente antirracistas, vacíos de contenido: «Yo no veo colores», «yo he invitado a mi podcast a una mujer negra»; «yo compartí un post sobre las mujeres afganas»… Nada. Vacío. Todo eso no tiene ningún significado mientras en el día a día, cuando una mujer negra te señale una conducta racista, te escudes en que se te está linchando ⎯mejor revisar la historia de los linchamientos y el significado que puede tener para una mujer negra que tú, desde tu privilegio blanco, le digas que te están linchando⎯, o le recrimines el hecho de tener la piel muy fina. No tenemos la piel fina. La tenemos bien curtida. De lo contrario, sería insoportable sostener toda la fragilidad blanca que se despliega cada vez que señalamos un comentario o una actitud racista, y que se vuelve en nuestra contra en forma de más violencia.
Vuestro silencio no os protegerá.
«Quienes nos encontramos aquí reunidas compartimos en alguna medida el compromiso con la palabra y con el poder de la palabra, y pretendemos recuperar un lenguaje que se ha vuelto contra nosotras. Para transformar el silencio en palabras y obras es imprescindible que todas las aquí presentes definamos y analicemos qué función nos toca desempeñar en esa transformación, y que comprendamos que nuestro papel es de vital importancia».
Vuestro papel como mujeres blancas es de vital importancia también. En tanto que calláis, otorgáis. En tanto que calláis, permitís que la violencia contra nosotras se perpetúe mientras miráis hacia otro lado y os mantenéis en silencio esperando a salir del foco.
La propuesta aquí es que seáis valientes para hablar, para transformar, también cuando se trata de racismo. Nadie os pide la perfección. Lo que yo os pediría, en todo caso, es humildad. Espero que, desde la humildad seáis capaz de entender que lo que se os pide es responsabilidad. Que os hagáis cargo de la importancia que juega vuestro papel en el sostenimiento de las dinámicas racistas.
Vuestro silencio no os protegerá, hermanas. En cambio, si os abrís a la conversación, si dejáis de negaros a hablar con nosotras, con Las Otras, podemos trabajar, juntas y de verdad, por el cese de la violencia racista que cada día se reproduce en los espacios que habitamos.
Ubuntu es una filosofía africana que recoge algo tan bello como la afirmación «soy porque somos». Ubuntu refleja la humanidad hacia las demás personas y se centra en el respeto, la lealtad, el cuidado de las personas y las relaciones con la comunidad. Ubuntu es lo que necesitamos. Es una forma de entender(nos) que nos ayuda a trabajar en el reconocimiento de las personas que nos rodean.
Quiero ir terminando y para ello voy a compartir dos fragmentos más del ensayo de Lorde, con el deseo de que sean el empujón que mueva a las mujeres interpeladas por este texto hacia una reflexión profunda.
«Y cuando las palabras de las mujeres se dicen a voces para que sean escuchadas, es responsabilidad de cada una de nosotras hacer lo posible por escucharlas, por leerlas y compartirlas y analizarlas para ver cómo atañen a nuestras vidas. Es nuestra responsabilidad no refugiarnos tras las parodias de la segregación que nos han impuesto y que a menudo hemos aceptado como propias».
Las mujeres negras estamos haciendo nuestra parte del trabajo diciendo todas estas palabras a voces. Y, lejos de lo que nos recrimináis constantemente, no lo hacemos desde el enfrentamiento, sino con la voluntad de ser escuchadas.
Ahora falta que las mujeres blancas hagáis lo posible por haceros cargo de vuestra parte de responsabilidad escuchándonos. Para ello hay que querer superar el señalarnos con el dedo como causantes de la ruptura de El Movimiento Feminista. ¿Qué feminismo es este, pues, si nos quiere en silencio y subyugadas, protegiendo a las mujeres que se encuentran en una situación de mayor privilegio, en lugar de querernos trabajando juntas por la liberación de todas?
«Podemos aprender a trabajar y a hablar aun teniendo miedo tal como hemos aprendido a trabajar y a hablar cuando estamos cansadas. Nuestra educación nos ha enseñado a tener mayor respeto al miedo que a nuestra propia necesidad de hablar y definirnos, y mientras aguardamos en silencio a que al final se nos conceda el lujo de perder el miedo, el peso del silencio nos va ahogando».
Yo ya no espero más. Voy a hablar a pesar del miedo, porque mis silencios no me están protegiendo. Ni a mí ni a vosotras.
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