Hace unas semanas en un grupo de personas oía esta conversación:
A: Ahora vendrán Pedro y María.
B: ¿Pero esos son sus nombres? ¿No son… de fuera?
C: Sí, son de fuera, pero es que sus nombres son complicados, y prefieren que les llamen así.
B: Aaaah… ¡vale!
¿Has presenciado en alguna ocasión el momento en el que una persona racializada dice su nombre después de que le pregunten cómo se llama y la persona interlocutora le cambia el nombre? «¡Uh! Chica, qué difícil! ¡Te llamaremos María, que así nos entendemos todos!».
¿Te suena esta situación?
¿Has oído alguna vez una conversación similar?
¿Lo has hecho alguna vez?
¿Le has cambiado el nombre a alguien para tu comodidad?
Por norma general, siento que esto sucede cuando oímos un nombre por primera vez y nos resulta difícil de pronunciar. En el peor de los casos, quien rebautiza, además añade un comentario del estilo de «Además estamos en España y te tienes que integrar. Así que, ¡hala!, ahora eres María».
He visto que esto pasa con nombres de origen africano o asiático: ante la dificultad o la novedad, alguien decide rebautizar a la persona sin más, dando por sentado que está bien y que la persona rebautizada debe aceptarlo y además debe gustarle y, personalmente, creo que eso no está bien.
En el curso «Educación antirracista para familias» habrá un módulo dedicado al lenguaje en el que también hablaremos sobre nombres e identidades. Durante esa sesión explicaré las connotaciones que tiene algo que parece, a simple vista, inocente y acogedor, pero que esconde unas dinámicas de las que deberíamos alejarnos.
¿Quieres más información sobre esta formación? Pincha en este enlace y accederás a la página de información del curso, en la que podrás leer todo el contenido del curso y la metodología, además de los beneficios que supondrá para ti hacer esta formación. Si ya tienes claro que vale la pena invertir en tu formación sobre antirracismo, reserva tu plaza ahora desde aquí mismo. Empezamos el lunes 4 de noviembre. Te espero.
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2 Comments
Cuando mi marido y su hermano llegaron a Catalunya lo primero que hizo su jefe, un pagès con el que trabajaban en la viña, fue canviarles el nombre: mi marido se llama Abdelouahid y pasó a llamarse Jordi y a mi cuñado, Abdelhay, le llamaron Ramón. Mi marido recuperó su nombre con el tiempo, pero mi cuñado sigue siendo Ramón.
Es de vergüenza torera, Elena.