Ahora que se ha acabado el verano y volvemos a la rutina, me da por ponerme nostálgica. Disminuyen las horas de luz, y eso siempre suele hacer mella en mi. La llegada del otoño me embajona. Irremediablemente. Es transitorio; me pasa cada año, y cada año lo supero, cómo no.
Pero me pongo nostálgica, en parte porque me gusta el sentimiento de nostalgia, la sensación de evocar tiempos pasados que fueron felices. Felices, ojo. Y ahora que soy madre, tiendo a echar la vista atrás, intentado recordar cómo eran mis veranos en la infancia. Cómo era la vida en un pueblo pequeño, a medio urbanizar, en crecimiento constante.
Vivía en una casa independiente, en una urbanización que permanecía desierta entre semana, y el fin de semana y vacaciones se llenaba de gentes que tenían allí su segunda residencia, o su casita de campo, con un poquito de huerto para cultivar cuatro cositas. Mi casa tenía jardín en la parte delantera: un par de palmeras, rosales, margaritas, petunias… la caseta de los perros; y, en un extremo, un pequeño gallinero. En la parte trasera, una balsita para chapotear, la caseta de la leña… y el huerto.
Cómo recuerdo aquellos veranos: levantarme y desayunar magdalenas de la Bella Easo mojadas en Cola-Cao. Al cabo de poco, alguien de la pandilla, aparecía llamándome desde el muro de casa (por lo general, era mi amiga N.), bajaba las escaleras de casa al grito de “¡mamá, me voy!”, y desaparecía hasta la hora de comer… si es que aparecía, porque a veces alguien te invitaba y te quedabas a comer por ahí.
De aquella temporada guardo muy buenos recuerdos:
Eso son los recuerdos de cuando estaba en casa; pero también veraneábamos; mi madre, por aquel entonces convivía con un hombre gallego, así que en verano nos íbamos a Galicia, a su pueblo (qué pueblo: ¡aldea!). De allí guardo recuerdos entrañables también:
Seguro que, si profundizo un poco más en mi memoria, encuentro muchos más recuerdos agradabilísimos. Pero así, a bote pronto, esto es lo más significativo que recuerdo de mis veranos entre los siete y los doce años. Después me mudé a la ciudad y, aunque también hubo buenos veranos, ya no fue lo mismo. Nunca más sentí esa libertad de campar a mis anchas sin preocupaciones, sin miedos, con la tranquilidad y la despreocupación que otorgan la ingenuidad y la inocencia.
Fueron buenos tiempos que guardo en mi memoria.
¿Y tú? ¿Recuerdas los veranos de tu infancia? Siente la nostalgia y compártelos conmigo.
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12 Comments
Que bonita entrada! yo si recuerdo los veranos de mi infancia, toda mi infancia….si no te importa me los guardo para hacer un post sobre ello y te pongo aquí el link cuando la publique ¿te parece bien?
Besos ¿y como se llamaba el pueblo, la aldea?
¡Claro que no me importa! Me parece perfecto, Cartafol; me alegra haberte servido de inspiración, jejeje!!
El pueblo es A Bouza, ¿conoces?
Ufff. Tengo veranos de pueblo. Corriendo por la era en bicicleta y trillando subida en burro.
De ciudad en la super- piscina municipal con un montón de amigos de mi quinta.
En la playa del Saler de adolescente hinchándome de alli-oli y pan tostado.
Al final no tengo ningún recuerdo nítido que me transporte a la infancia. Ser hija de militar es ser nómada y no ser de ningún sitio…
Alli-oli y pan tostado. Soy tan zampabollos, que lo único con lo que me quedo es con esto, Mari: soy lo piorsito.
Ser nómada, no ser de ningún sitio. O ser un poco de todos y cada uno de ellos…
Veranos de playa, veranos de capital achicarrados, veranos de excursiones, veranos de cine al aire libre, veranos de bici, veranos de sueños y sal.
Verano e infancia, que bueno tener tan estupendos recuerdos, gracias por compartir los tuyos y reavivar los míos.
(me gustan los cambios en esta casa)
Cine al aire libre, Pilar; lo comentaste no hace mucho en tu blog, y me trajiste recuerdos. Me alegra ser yo ahora quien te haga evocarlos.
Gracias por notar los cambios. Ahora el blog es más yo.
Que maravilla de veranos, que lujo! Yo os pasaba en Benidorm, y los sigo pasando cuando puedo. Éste verano había una pandilla de chavales de unos 13-14 años y les veía y recordaba cuando yo tenía esa edad, mi pandilla, como pasábamos los días en la piscina como ellos…. La verdad es que eran años bonitos, 2 meses sin pensar en absolutamente nada, yo sabía qué día era porque lo miraba en el periódico cuando mi abuela me mandaba a comprarlo por las mañanas, que despreocupación!
Los pueblos tienen algo especial, me ha encantado lo de la vaca. Besos!
Sí, Drew. Bendita despreocupación adolescente! Así que en Benidorm, eh? Si me acerco el verano que viene a ver a mi amiga G., que segurísimo que sí, te aviso y nos vemos. Te hace?
Besitos!
Me hace mucho! 🙂
los míos eran parecidos,.. en mi pueblo pero un poco lo mismo; todo el día trampeando con las bicis, por las tardes íbamos a la playa…
desaparecer y aparecer sólo cuando el estómago rugía
coger moras y ponernos perdidas.. los picnic!!
ponernos los patines y quitarlos sólo para meternos en cama (y porque nos obligaban)
aquellos veranos. a mi también me gusta mucho la nostalgia; esta no me da pena, todo lo contrario; esta me da mucha alegría por haberla vivido y por recordarla
(me encantan los cambios! te ha quedado apañado pero sobre todo, muy, muy acogedor!)
besos
Eso es, Maba. Esa nostalgia alegre de los años de infancia; esa nostalgia que da felicidad, y nos pinta la sonrisa en los labios, por los gratos recuerdos.
Me alegro de que te gusten los cambios.
Besitos!
[…] una tienda, porque vivíamos en una urbanización que empezaba a desarrollarse (te lo conté aquí), a la que no llegaban los autobuses interurbanos. Por no pasarme la tarde entera aburriéndome en […]