… y lo que han cundido, oiga…
El fin de semana pasado estuve por Madrid; en realidad la intención era asistir a los premios Bitacoras (finalmente quedé en décimo cuarta posición; gracias a todos los que me habéis apoyado), y, de paso, celebrar mi cumpleaños, que fue el sábado 24.
La cosa fue que soy un poco desastre (si a estas alturas aún no te has dado cuenta, mira, mejor), y resulta que, para asistir a la ceremonia de premios no siendo finalista, había que reservar plaza; y yo, de esto me enteré el día antes de salir hacia Madrid. Muy bonito todo.
Aún así, el viaje sirvió de mucho, en cuanto al blog, porque el viernes por la mañana tuve una reunión de la que van a salir muchas cosas interesantes y que, por el momento, no puedo desvelar; pero, por favor, no pierdas pista porque espero poder ir dándote buenas noticias poquito a poco.
Después estuve comiendo en buena compañía, pasamos una sobremesa tremenda, de risas, vino y limoncello, y terminé cenando con la chupipandi de mi amiga G. en una hamburguesería de Boadlilla del Monte que se llama La Burguesita.
El sábado, después de zanganear hasta el mediodía en casa de mi querida amiga Irene, de Ser mamás, que siempre me aloja, y tras haber comido, estuvimos las dos haciendo un pequeño brainstorming del que también van a salir cosas positivas, y muy buenas, y de las que te hablaré más adelante. Ya sé que suena todo muy misterioso, pero de momento no puedo/quiero/debo anticipar nada más.
El sábado por la noche lo pasé con mis amigas, de cena en nuestra taberna de confianza, en Malasaña, como ya viene siendo habitual en nuestros encuentros, celebrando mi cumpleaños. Mis amigas me hicieron unos cuantos regalos que te enseñaré en un vídeo (pronto, espero).
Uno de los regalazos de la noche, sin duda, fue que mi querida Olga, del grupo musical A través del Espejo, me cantase un trocito de Ain’t no sunshine a capella, con esa voz tan preciosa que tiene. Fue muy emocionante, y realmente me puso la piel de gallina, y sé que no fue a mí sola, seguro.
Olga, de ATDE
Cenamos mucho y bien, hicimos una sobremesa larga y después acabamos en Morocco, como siempre, cantando, bebiendo y bailando hasta muy altas horas de la madrugada. El domingo por la mañana, después de dormir cuarenta y cinco minutos, tocó emprender el viaje de vuelta.
Siempre que vuelvo de Madrid siento que un cachito de mí se queda allí, con la gente a la que tanto quiero. Ahora no sé cuánto tiempo tardaré en volver; y eso, en cierto modo, me entristece. Pero, al tiempo que siento que dejo allí un pedacito de mí, vuelvo con las pilas recargadas, porque estar con mi gente me llena de energía. Con un poco de suerte, sé que en un par o tres de meses, volveré a estar con ellas.
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1 Comment
hola wapa, pedazo cena os debisteis dar…jejeje, la proxima visita a madrid…ya sabes?! 😀 besotes