El 17 de julio un centenar de activistas antirracistas colgó una pancarta en la estatua a Cristóbal Colon, en Madrid. El lienzo rezaba “Fuego al orden colonial”.
Fue una acción reivindicativa para señalar cómo la existencia de estatuas como la de Cristóbal Colón enfatizan el pasado colonial español. La existencia de este tipo de monumentos, y la misma fiesta nacional del 12 de octubre —cuya eliminación también se exige— son una muestra de cómo en el estado Español se sigue glorificando la Conquista. Esta glorificación se vive una nostalgia y una romantización. Y esa nostalgia impide dar espacio a repensar lo que realmente supuso la colonización para los territorios invadidos.
La colonización significó territorios expoliados. Significó genocidios sobre muchas comunidades. También fue el inicio la institución de la esclavitud y el tráfico transatlántico de personas. Desde Occidente y desde España en especial, se sigue considerando que España lo que hizo fue “civilizar” a las poblaciones de esos territorios. Pero no se habla de la violencia y la muerte, ni del borrado cultural e histórico que implicó.
A mí me resulta muy curiosa esta resistencia de una parte importante de la sociedad española, que percibe como un ultraje esta reivindicación antirracista y decolonial. Sin embargo, muchas de esas personas no cuestionan que haya que deshacerse de los símbolos franquistas que otrora ocupaban parte del espacio público —en forma de monumentos o nombrando calles—, y que ahora van desapareciendo progresivamente. La mayoría de la población reconoce que la dictadura franquista fue una etapa oscura de la historia española.
Paraa mí ahí es donde aparece la contradicción. Los símbolos franquistas deben desaparecer, ¿pero los símbolos colonialistas deben permanecer? Eso nos coloca a las personas procedentes de los territorios invadidos en la posición de siempre: ciudadanas de segunda.
Nuestras reivindicaciones son descartadas. Tenemos que oír una y otra vez que exageramos. La gente se lleva las manos a la cabeza cuando escucha nuestras reivindicaciones, como si fuesen una barbaridad.
Con Conguitos también pasa. Se necesita autocrítica para aceptar otras perspectivas. Conguitos perpetúa la discriminación hacia las comunidades africanas y afrodescendientes. Las figuras de personajes que participaron en la colonización perpetúan la alabanza hacia episodios que, en vez de celebrarse, deberían reinterpretarse añadiendo la óptica de las víctimas. ¿Cómo, si no, vamos a entender lo que supusieron?
En otros países europeos la perspectiva va cambiando. El rey Felipe de Bélgica “su más profundo pesar por las heridas” abiertas durante el período colonial en el Congo, en una carta al presidente de la República Democrática del Congo. Esto sucedió a finales del pasado mes de junio. Es un acto simbólico que puede que no signifique mucho más, pero es más de lo que ha hecho España. Aquí parece que vamos a la contra, con partidos políticos que tienen a celebrar La Conquista en vez de condenarla por lo que fue y supuso.
España no es el único lugar que clama por el fuego al orden colonial. A finales de junio, en la ciudad de Bristol, la estatua de bronce de Edward Colston fue derribada durante las protestas antirracistas. Colston era ftraficó con personas esclavizadas durante el siglo XVII. Colston fue miembro de la Royal African Company, que transportó a más de ochenta mil persona africanas —de todos los géneros y edades— desde África a Abya Yala.
A diferencia de España, el alcalde de Bristol, Marvin Rees, afirmó que «el tema de la raza “siempre había estado ahí esperando ser agitado” y que la caída de la estatua de Colston lo había destacado». Pero claro, Rees es un hombre afrodescendiente. El primer alcalde afrodescendiente elegido en el Reino Unido en 2016, por lo tanto, su punto de vista es diferente. Añadió, además, que es importante escuchar a «quienes consideran que la estatua representa una afrenta para la humanidad».
En Birmingham, Alabana, la estatua de Charles Linn, un capitán de la marina del ejército confederado también fue derribada. En Bélgica fueron las autoridades de Antwerp quienes decidieron retirar la estatua de Leopoldo II y transferirla al Museo Middleheim. Leopoldo II fue responsable del genocidio de millones de personas en el Congo durante su reinado. Y en Boston un grupo de manifestantes cortaron la cabeza de la estatua de Cristóbal Colón.
¿Estoy de acuerdo con el vandalismo? No, por supuesto. Pero también entiendo que estos actos responden a una oleada de protestas para hacer notar que estas figuras ensalzan a personas que cometieron atrocidades. Todas estas personas han sido alabadas y admiradas durante mucho tiempo y esto no debe de seguir así.
En Catalunya, igual que en otros lugares del estado español, se han retirado bastantes símbolos franquistas. También se han cambiado nombres de calles y avenidas. La famosa avenida de la Diagonal, era la Avenida del Generalísimo durante el franquismo. Se ha entendido que esos nombres debían ser retirados por respeto a todas las vidas que el régimen franquista se llevó por delante. Muchas calles y plazas que llevaban nombres de personalidades franquistas se han sustituido por nombres de hombres relevantes de la historia catalana.
Sin embargo aquí ha habido un problema que no se ha tomado en cosideración. Se han sustituido los nombres de miembros del ejército franquista por prohombres catalanes. El tema es que la mayoría de esos prohombres, figuras relevantes de la burguesía catalana, fueron esclavistas también. Así que se ha sustituido un mal por otro y eso no se ha revisado.
Entonces, ¿de qué sirve quitar un nombre de alguien que hizo mal por el de otro hombre que también lo hizo? ¿Por qué hay que seguir glorificando a personas en el espacio público? ¿No se puede optar por eliminar las figuras de personajes históricos? ¿Existe la posibilidad de renombrar de otra forma? Esta entrevista de Tania Adam a Françoise Vergès ofrece alternativas interesantes que cabría la pena considerar desde una óptica antirracista y feminista.
Espero que llegue el día en que España lamente algo. Tal y como están las cosas, sé que soy ingenua. Sin embargo no pierdo la esperanza. Vivimos en un estado de tradición profundamente católica que se cree aconfesional. Yo voy a instalarme en el “a Dios rogando y con el mazo dando”. Por eso, voy a seguir apoyando estas acciones. Me parecen necesarias para, por lo menos, poner a la gente a pensar en por qué se dan. Por tanto, mientras las calles sigan ocupadas por representaciones de la supremacía blanca sobre las comunidades racializadas, la reivindicación de fuego al orden colonial seguirá siendo necesaria.
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